jueves, 9 de marzo de 2023

Nicolás Bravo en la iniciación masónica de Egerton en 1833.-

Nicolás Bravo en la iniciación masónica de Egerton en 1833.- 

La obra "El México de Egerton 1831-1842" trata acerca de la vida del pintor inglés Daniel Thomas Egerton asesinado en Tacubaya en 1842 y a quien Mario Moya Palencia presenta como masón a partir de la lectura del diario del propio Egerton. Lo explica Moya Palencia en el prólogo (p.8, cursivas mías): 

Los hechos y personajes son rigurosamente históricos (…) Este texto no es huérfano, sino hijo de otros muchos y heterogéneos a los cuales se otorga el más leal reconocimiento. Una gran parte de lo que presento como fragmentos del ‘Diario’ de Daniel Thomas Egerton –especialmente sus descripciones físicas y sociales de México- se deben a la pluma del fino y malogrado artista y fueron descubiertas por mí en una biblioteca londinense. Las actuaciones judiciales de la causa de los asesinos también son auténticas


Con esta advertencia reproduzco aquí tomada de Moya Palencia (p. 363 y ss.) la nota del ‘Diario’ de Egerton fechada en Coliseo 4, Tacubaya, el 19 de julio de 1833 y en la que se hace aparecer a Nicolás Bravo presidiendo como venerable maestro la ceremonia francmasónica donde Egerton es aceptado como aprendiz masón: 

(P.364) William Henry (su hermano carnal, W), quien prácticamente compra todos mis dibujos y me encarga la factura de algunos especiales, me ha insistido en que ingrese a una logia masónica, pues según opina ése es el único medio para conocer mejor a los mexicanos importantes, ser invitado a sus reuniones, casas y haciendas, y ser enterado de todos los asuntos de este país, algunos muy complicados, sobre los cuales le gusta tanto conversar conmigo. Para mí el ideal de la vida debe ser alcanzado por cada uno de nosotros, es esencialmente un problema personal, y por tanto nada ayuda el pertenecer a grupos o sociedades y mucho menos a las de carácter secreto u oculto, como la masonería, pero al fin, movido por la curiosidad accedí a las sugerencias de mi hermano. Como se sabe los masones -nombres derivado de la palabra francesa macon, que significa albañil- eran en su origen medieval los constructores de catedrales que se agruparon para defender y transmitir celosamente a sus cofrades los secretos de su artístico oficio. En Inglaterra tuve varios amigos que pertenecían al Rito Escocés fundado originalmente por Ramsay en 1737 -hace casi 100 años- bajo el modelo de los Caballeros Templarios de la época de las Cruzadas, que eran mitad frailes y mitad de guerreros. Ramsay se oponía, según supe, a la Gran Logia Londinense, fundada veinte años atrás, que era la descendiente directa de un “Colegio Invisible” establecido con inspiración rosacruciana en Londres, en la segunda mitad del siglo 17, del que nació primero la Sociedad Real y luego la citada Gran Logia. Me contaron también que a principios del presente siglo el Rito Escocés adoptó oficialmente sus 33 grados, ahora tan famosos, que son como una escalera de superación personal y rango social para quienes participan en él. Ese Rito existía en México desde los tiempos del virrey Revillagigedo y se dice que en una de sus logias, situada en la calle de Las Ratas (nombre poco favorecedor), que se encuentra entre la de San Felipe Neri y la de Mesones, asistían los principales caudillos de la revolución de Independencia, incluyendo el cura Miguel Hidalgo y el capitán Ignacio Allende, pero otros aseguran que esos personajes fueron iniciados en la masonería por un misterioso agente francés llamado Octaviano D’Almivar. Al consumarse la independencia don Manuel Codorníu, un catalán amigo de último virrey, que era masón, fundó la logia escocesa de El Sol, y su periódico del mismo nombre. Esto era allá por 1822, y según se sabe y ministro inglés Ward alentó su funcionamiento, por la tendencia europea y antiyanqui de dicha logia, a pesar de que varios exponentes del alto clero romano tomaban parte de ella. El otro grupo masónico -conocido como yorkino- se constituyó 3 años después a inspiración de Joel Poinsett, el enviado diplomático de los Estados Unidos, y contó con el patrocinio del presidente Victoria. Estos tuvieron como adalid al general don Vicente Guerrero; los escoceses a don Nicolás Bravo. Las logias se convirtieron en auténticos partidos políticos, y aunque su origen común reposaba en los principios liberales, los conservadores y centralistas, proespañoles y enemigos de los norteamericanos, se refugiaron en el rito original, mientras los yorkinos eran y son más liberales, federalistas y también más confiados respecto de las dos amistad de los Estados Unidos. Pensé mucho a qué logia afiliarme, pues mis ideas son francamente liberales, el federalismo no me asusta y creo que le está haciendo bien a esta compleja nación.

(…)

(P. 365) Por ello, y por sus antecedentes proeuropeos, decidí iniciarme en la logia El Sol del antiguo Rito Escocés, aunque me molestara que algunos altos prelados romanos, conocidos por su intolerancia religiosa, estuviesen en ella, junto con otros conservadores recalcitrantes, enemigos de la libertad de cultos. El distinguido propietario don Leandro Iturriaga y Murillas, a quien me presentó el conde De la Cortina (excelente diplomático) e intelectual hispano-mexicano, literato y científico de gran calidad) me hizo el honor de ser mi padrino ante la Logia y proporcionarme los documentos y a enseñanzas preliminares necesarias para el ingreso como aprendiz. Asistí algunas veces en calidad de observador a reuniones y tenidas de la logia El Sol, en su templo de la calle de la Victoria, no lejano al Colegio de San Juan de Letrán (modernamente Victoria y Eje Central, W), y estudié varios libros, algunos muy interesantes, otros escritos en un tono francamente esotérico o misterioso. Debo confesar que la masonería empezó a interesarme y que, como mi hermano (William Henry, W) me advirtiera, en la logia traté a hombres muy importantes como el general Bravo, el señor Sánchez de Tagle, el general Canalizo (seguramente Valentín, santannista y presidente de la república diez años después, en 1843-44, W), don José Mariano Michelena y don José Domínguez Manzo –entre otros- cuyas intervenciones y charlas eran altamente ilustrativas y me ayudaron mucho para entender mejor el modo de ser de la sociedad mexicana, que es muy tradicionalista y está luchando por adaptarse a la vida de libertades sin poder abandonar muchos de los vicios atávicos de su reciente sumisión colonial. Por cierto que mi indignación fue mayúscula cuando el 23 de junio último me enteré de la nueva ley emitida por el gobierno  del vicepresidente don Valentín Gómez Farías (quien ejerce el poder mientras el general Santa Anna se encuentra en su hacienda de Manga de Clavo), la cual decreta la expulsión del país de todos aquellos que se han opuesto a las reformas iniciadas por él en materia religiosa (mismas que yo, por cierto aplaudo) con el fin de promover la libertad de pensamiento y prensa, abolir los privilegios de la Iglesia y el Ejército, suprimir las órdenes monásticas, terminar con el monopolio eclesiástico de la enseñanza y otras semejantes. El problema es que muchos conservadores y ex realistas protestaron contra esas plausibles reformas y el gobierno, en vez de polemizar con ellos, decretó la ley a la que me refiero, expulsando del país a varios políticos, obispos y escritores, entre los que están los generales Anastasio Bustamante y (Valentín) Canalizo, el obispo Posada, los señores Sánchez de Tagle, Gutiérrez Estrada, Michelena y Manzo, y mi amigo don José Justo Gómez, conde De la Cortina, en fin muchos personajes distinguidos, miembros, algunos de ellos, de la logia escocesa El Sol. Fue para mi muy difícil comprender cómo un gobierno que iniciaba tan conveniente reforma, la cual podía llevar a este país a mejores estadios, contradecía su actitud liberal con tan absurdo mandato de expulsión. Para colmo, la ley incluía a los canónigos de la Catedral de México, a los religiosos de San Camilo en Coyoacán “y a cuantos se encontraran en el mismo caso”, sin especificar cuál era éste, pues el objetivo del proveído era meramente circunstancial. Fue por eso que tal disposición se conoce ya como la “Ley del Caso” y ha sido ridiculizada en la prensa y tachada de inconstitucional y despótica por la mayoría de los abogados y pensadores, con independencia de sus ideas políticas. Los escoceses se sintieron agredidos por esa ley a la que atribuyeron un origen claramente yorkino y la logia se volvió un congreso abierto de discusiones y ataques contra el gobierno (…) 

Después de estos antecedentes Egerton procede a describir el local en su aspecto físico. La prolijidad de la descripción es atribuible a visitas reiteradas de Egerton y a sus facultades de observación como pintor profesional que era. Llama la atención que Egerton cite al rito que lo recibe como Escocés Antiguo y Aceptado cuando la fundación formal de este sería en 1860 o 1865, aunque también a Santa Anna, 8 años atrás, en 1825, le expedía sus grados un cierto Rito escocés de Francos masones antiguos y aceptados. Leamos a Egerton a través de Moya Palencia: 

(P. 367) El ritual de iniciación en el primer grado masónico del Rito Escocés antiguo y aceptado por la República mexicana implica un estricto ceremonial que hace honor a su condición de procedimiento de la “masonería simbólica”, pues está pletórico de implicaciones y signos cuyo significado es difícilmente perceptible para los neófitos. Por tanto procuraré reflejar en estos apuntes, con la mayor precisión posible, sus distintas fases y los diversos movimientos que tuve que realizar apenas el mediodía de ayer cuando fui recibido en la Gran Logia El Sol. La puerta del templo masónico está viendo al occidente, de tal manera que lo que podríamos llamar el altar o foro se encuentra precisamente al oriente, dirección por la que sale el astro simbólico de la creación y la verdad, el cual se encuentra reproducido en el foro de dosel acortinado como un gran sol radiante y dorado. Dos columnas delimitan la entrada del templo: la izquierda reservada a los aprendices y la derecha a los compañeros; simbolizan las del templo de Salomón y afectan la forma de obeliscos egipcios, que tenían  por función disipar cualquier perturbación cósmica. De las columnas cuelga un racimo de granadas; estas hermosas frutas están dispuestas de manera de enseñar sus múltiples granos rojos, que para los Padres de la Iglesia tienen el significado de la comunidad de fieles unidos en una sola voluntad. En el foro hay una gran mesa cubierta con un pesado mantel sobre la que se encuentran los signos masónicos: la Escuadra y el Compás y el libro de Principios y leyes de la logia. Abajo del Gran Sol se encuentra un triángulo en cuyo interior figura un ojo, que algunos identifican como el ojo de Dios pero que en la simbología masónica es el ojo de la fraternidad, abierto hacia todas las cosas del mundo; en cuanto al triángulo, se dice que es una reducción de la pirámide celeste y reproduce la idea teológica de la Trinidad. Más abajo se encuentran, formando triángulo también, tres grandes puntos, expresión de la luz interior y del espíritu que presidió la creación del mundo, los que se usan frecuentemente en la escritura masónica, que es a base de iniciales seguidas de esos tres puntos colocados en pirámide. Cada punto o estrella significa una de las tres virtudes que son los pilares de la fraternidad: la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza. El piso es de pavimento mosaico, en blanco y negro, como el tablero en que el faraón Ramsés jugó ajedrez con la diosa Isis, aprendiendo a ganar y perder. A los lados del foro cuelgan dos cadenas que simbolizan la energía universal que baja a la Tierra y recuerdan también las ataduras de la ignorancia y del sometimiento que un buen masón debe romper para ser libre y conocer la verdad. A un lado se encuentra el estandarte de la Logia y los de otras logias hermanas o afiliadas.  

Procede ahora Egerton a describir la ceremonia masónica presidida por Nicolás Bravo, quien es mencionado enseguida en la narración:  

(P. 368 y ss.) Yo no penetré directamente al templo, sino que fui llevado primeramente a una pieza obscura que se llama el “Gabinete de Reflexión”, donde estuve unos minutos meditando sobre el significado del acto. Luego fui vendado de los ojos, conducido al templo y colocado de pie frente al dosel y el radiante sol. Oí entonces la voz del Venerable Hermano Gran Maestro grado 33, el general don Nicolás Bravo, quien en un tono reposado y solemne refirió que mi solicitud había sido circulada entre los hermanos, que se habían pedido informes sobre mi persona y que después de una votación que me fue favorable había sido admitido al rito de iniciación con el carácter de aprendiz. Explicó a continuación lo que es la masonería, que se transformó de arte real de la arquitectura en ciencia simbólica del destino humano. Dijo que tiene un aspecto fraternal, pues la notoriedad, el oficio y la fortuna de los masones deben pasar a un segundo plano ante el sentimiento de profunda amistad que los une. Su otro cometido es el de beneficencia, pues los medios materiales de la fraternidad deben estar siempre al alcance de los grupos sociales que los necesiten. La masonería –agregó- tiene un carácter humanista dirigido a la definición de los valores de una sociedad armoniosa que busca el progreso. Posee también un impulso deísta pues desea acercarse a Dios y subrayar la importancia de las creencias religiosas, rechazando el ateísmo y el anticlericalismo. Alienta un trasfondo esotérico pues conserva secretos y símbolos que son signos figurativos y palabras sagradas transmitidas a través de las distintas edades, lo que le permite reforzar los otros fines de la hermandad. Por último, la masonería tiene también un objeto político, pues intenta participar en la buena marcha de la nación mexicana, ayudar a que afiance sus libertades y que se precipite sin obstáculos en la era moderna. Al terminar su discurso el venerable Gran Maestro me entregó los pliegos del Compromiso de Alianza conteniendo un conjunto de advertencias secretas que, como otros detalles no puedo revelar, y un cuestionario de cinco preguntas que debía resolver en el término máximo de una hora, para lo que fui conducido a través del “Salón de los Pasos Perdidos” hasta otro gabinete provisto de una mesa y de una silla y fui despojado temporalmente de la venda para que pudiera escribir. Contesté las cinco preguntas sobre la vida, los derechos y deberes fundamentales del ser humano, sus obligaciones respecto de la comunidad, la educación integral de los hombres y las mujeres para cumplir su papel en la sociedad y el progreso  y la organización del trabajo. A la media hora volví a entrar al templo, otra vez con la venda colocada y auxiliado por dos hermanos. Oí al Venerable Gran Maestro quien, después de dar un golpe de mallete sobre la mesa preguntó: “-¿Está cubierto el templo?”, a lo que todos contestaron en sentido afirmativo, aludiendo a que en su interior no se encontraba nadie que no debiera estar. El Gran Maestro leyó después en voz alta mis contestaciones a las preguntas y las sometió a la discusión de los concurrentes. Tres maestros y un compañero tomaron la palabra para opinar que revelaban tanto buen juicio como comprensión del espíritu masónico, por lo que el neófito (o sea yo) merecía ser iniciado. El Venerable Gran Maestro advirtió que la logia El Sol, sólo aceptaba hombres independientes y trabajadores y me preguntó si quería ser masón. Cuando contesté “-Lo quiero”, dio otro golpe de mallete y me hizo leer el juramento secreto de la logia, que pronuncié ante el más respetuoso silencio de los hermanos, haciendo después el signo de compromiso, movimiento que reproduce, con la mano a la altura del cuello, una decapitación. Acto seguido, don Leandro Iturriaga pronunció un discurso de presentación elogiando generosamente mi personalidad humana y artística y mi actitud ante la vida, tras del cual el Gran Maestro preguntó a la logia  si debía conferirme el carácter de hermano aprendiz. Todos respondieron que sí. Entonces fui conducido al altar y puse las manos alternativamente sobre la Escuadra y el Compás y el Libro de principios y leyes. El Venerable Gran Maestro participó que mi iniciación sería conocida por todos los masones  de la Tierra, entre los que había grandes personalidades y caracteres, estadistas, artistas, generales y obreros. Preguntome enseguida si me comprometía a ser un leal, activo y prudente albañil de la construcción del mundo, servir a los demás, superar mi vida, no abdicar de los principios comunes y separarme de la Logia antes que hacerle daño, a lo que yo contesté: “-Me comprometo.” Oi tres golpes de mallete y entonces fui despojado de la venda entre aplausos, adquiriendo “la luz”, lo que por supuesto también es todo un símbolo. Recibí el mandil blanco, distinto del rojo del maestro y de los compañeros, y por primera vez el Venerable me saludó con el saludo masónico reservado, que consiste en que cuando un hermano estrecha la mano de otro, con el dedo índice extendido oprime levemente la vena que cruza su muñeca, significando así una fraternidad de sangre que llega hasta el corazón. Fui sometido también a tres preguntas secretas que me abstengo de comentar y se me entregó una espada, advirtiéndome que en la logia El Sol ésta no representa un emblema de guerra sino la imagen de nuestra lucha por la verdad y la justicia contra la ignorancia. Todos los hermanos desenvainaron sus espadas y las chocaron sobre sus cabezas, al tiempo que caía una lluvia de pétalos de flores y del fondo del templo emergía una música como de himno triunfal, compuesto especialmente para nuestra logia. Los maestros y hermanos me felicitaron y don Leandro me regaló un anillo de oro reproduciendo la Escuadra y el Compás como recuerdo de aquel día. Ya soy hermano masón en grado de aprendiz del Rito Escocés y me parece como si hoy naciera a un mundo totalmente diferente aunque sé que es el mismo.  

Hasta aquí la narración de Egerton recuperada por Mario Moya Palencia. 

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