El fusilamiento de Maximiliano
Wenceslao Vargas
Márquez
Hace justamente
150 años, el 19 de junio de 1867, al amanecer, fue fusilado el emperador
Maximiliano de Habsburgo. Concluía así el experimento político que significó el
segundo imperio mexicano.
Para que este
imperio tuviese lugar debieron conjuntarse varios factores: en Francia, el
emperador Napoleón III, deseaba extender dominios e influencia en el mundo. En
Europa los exiliados mexicanos derrotados en la guerra de reforma (1858-60) no
cejaban en su insistencia de relevar a la república como forma de gobierno. En
México los conservadores esperaban otra oportunidad. En los Estados Unidos la interna
guerra civil (1861-65) distraía la atención del cancerbero continental. Sobre
una castillo, Miramar, que mira hacia el Adriático, Maximiliano y Carlota (más
ella que él) suspiraban por una corona imperial.
A fines de 1861
se acercaron a Maximiliano las primeras ofertas de dirigir México. En diciembre
de 1861 y enero de 1862 Francia, España e Inglaterra invadieron México. Tomaron
la capital más de un año después en junio de 1863. En octubre se le ofreció
formalmente la corona y la aceptó en abril de 1864. Llegó a México en junio.
Con frecuencia se
ignora que Maximiliano pidió, para aceptar el trono, que se le demostrara la
voluntad nacional mediante un plebiscito basado en votaciones. En las votaciones,
como era frecuente entonces (no sé ahora), ganó la voluntad de
quien las convocó. Se le entregaron las actas y el archiduque quiso creer
(Carlota tras él) que efectivamente esas actas eran la voluntad nacional.
Lo que nuestros
abuelos buscaban con la modalidad imperial de gobierno era terminar con la
modalidad republicana que era entonces (no sé ahora) un fuente interminable de
peculado, robo, secuestro, latrocinio, abigeato y acumulación de la riqueza
nacional en los deciles que consienten y subsidian la economía y las políticas públicas.
El país se había
hecho independiente, gracias a Iturbide, en 1821. Para 1861 se había probado
como gobierno un emperador autóctono que fue el propio Iturbide. Se había
probado triunviratos, se había probado la república central en 1836-46. La
república federal no había tenido punto de reposo desde Victoria en 1824 hasta
Juárez en 1864. Se había sufrido una dictadura en Santa Anna y sus once
presidencias. ¿Qué más hacer para lograr la estabilidad? Entre los notables que
buscaron un emperador en el extranjero como solución hubo gente de bien que
buscó sinceramente en un imperio de base extranjera una mejora para el país
luego de cuarenta años de inestabilidad política.
No contaron con
la férrea persistencia del hombre que logró nuestra nacionalidad y que fundó el
Estado nacional en que vivimos. A nuestro juicio, Juárez dio los trazos básicos
de la arquitectura de la república y Calles la perfeccionó sobre el cadáver de
Obregón.
Si en los
momentos de desfallecimiento tras Maximiliano estaba Carlota, en los momentos
de las más graves dificultades y de las más severas decisiones, tras Juárez
estaba el inteligente e inflexible cerebro de Sebastián Lerdo de Tejada. Cada
protagonista de la intervención francesa escribió su libro: el auxiliar
Pradillo, el secretario Blasio, el artillero imperial Ramírez de Arellano (isagoge
de nuestro admirado Felipe Ángeles), los esposos Salm-Salm (cada quien su libro),
Iglesias, el supuesto traidor Miguel López, el médico imperial Basch, el
militar Hans, y un etcétera muy largo. Eran personas inteligentes. Ahora,
como no tenemos más, al Facebook subimos fotos o memes en vez de ideas.
Juárez, lágrimas en los ojos: Salm-Salm. |
Pues bien, la princesa Agnes de
Salm-Salm, que detestaba a Juárez por cualquier cosa que se le ocurra al
lector, escribió en su libro (Ten years of my life, p. 223) cómo le suplicó a Juárez de rodillas por la vida
del emperador y cómo Juárez se negó. Estando ella de
rodillas notó algo: “I saw the president was moved; he as well as Mr. Iglesia
had tears in her eyes”. Detrás
de ellos, severo, estaba el xalapeño Lerdo de Tejada, el severo vigilante de la ortodoxia. Tengo para mí
una remota posibilidad: si hubiese sido la sola decisión de Juárez, el
emperador caído quizá hubiese salvado la vida.
Como vemos en la versión inglesa de Salm-Salm, Juárez, con lágrimas en
los ojos, mantuvo la firmeza del decreto de la pena de muerte contra
Maximiliano, Miramón y Mejía. Parece que fue presión de Lerdo.
La historiografía nacional no rescata que yo sepa, en ningún momento, a un Juárez anímicamente contrariado por el fusilamiento. Nuestro Juárez oficial es, por definición, impasible. Pero ya vemos que no es así. Fue un hombre excepcional, quizá la figura más grande de nuestra historia, pero hombre al fin, capaz de emocionarse hasta las lágrimas.
La historiografía nacional no rescata que yo sepa, en ningún momento, a un Juárez anímicamente contrariado por el fusilamiento. Nuestro Juárez oficial es, por definición, impasible. Pero ya vemos que no es así. Fue un hombre excepcional, quizá la figura más grande de nuestra historia, pero hombre al fin, capaz de emocionarse hasta las lágrimas.
¿Qué buscaban nuestros tatarabuelos en la
modalidad imperial que acabó hace 150 años con el fusilamiento? Un ejecutivo
fuerte que pusiera orden sin el contrapeso legislativo “que estorba”. Podemos
repudiar la intervención pero esas características son las que han buscado
siempre nuestros gobernantes. Para poner orden ellos buscaron en su momento las
manos fuertes de Santa Anna, de Juárez y sus quince años ininterrumpidos de gobierno,
buscaron a Díaz y sus 32 años de pax,
y buscaron en el siglo XX al partido que cada sexenio nos da un Maximiliano
desechable.
Murió el imperio
al nacer. La guerra civil norteamericana acabó en 1865 y fue una de las
principales razones de la derrota imperial en México pues Washington empezó a
presionar a París porque no quería imperios en su patio trasero. En Francia
Napoleón III tuvo problemas bélicos en su propio patio trasero y llamó a sus
soldados. Maximiliano, de quien no hay evidencias de que haya sido masón, ya sin ejército y sin su esposa, colapsó y fue fusilado
hace 150 años.
Es fama, pero no
he encontrado la fuente y la considero una anécdota, que al ir al paredón del cerro de Las Campanas el
inteligente y leal militar imperial que fue Miguel Miramón le dijo al
archiduque: “Voy a morir fusilado porque no le hice caso a mi mujer”. Se sabe que
Maximiliano contestó: “Yo voy a ser fusilado porque le hice caso a la mía”.
Twitter@WenceslaoXalapa
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