LOS TRATADOS DE TEOLOYUCAN: CIEN AÑOS
Wenceslao Vargas
Márquez
En la historia de México los Tratados de Teoloyucan han sido los que se han firmado con menos ceremonial. Mientras otros tuvieron como parafernalia salones decorados, cortinas vistosas, escribientes, escritorios, atrios, floreros y con los firmantes sentados, este fue firmado prácticamente en una cuneta, todos de pie, a la orilla del camino nacional entre Cuatitlán y Teoloyucan, estado de México, el 13 de agosto de 1914, hace cien años.
Las firmas se estamparon en papeles colocados sobre la salpicadera delantera izquierda de un automóvil que arrancaba con crank, teniendo como fondo un camino de terracería. Poco faltó para que le pidieran a un cadete que pusiera la vigorosa espalda. Los pocos concurrentes están de pie, civiles y militares a la expectativa. En cierta foto famosa -no sé si la única pero no he conocido otras-, ha pasado a la historia el momento en que con la firma de los Tratados de Teoloyucan se recupera la continuidad revolucionaria y no necesariamente ‘el orden constitucional’.
El empuje revolucionario de Madero en 1910, interrumpido por el accionar de Victoriano
Con los Tratados de Teoloyucan se recuperó la continuidad revolucionaria originalmente maderista, pero la continuidad revolucionaria definitiva se lograría con el Plan de Agua Prieta en 1920 y para ello debería morir tanto Carranza como Obregón, las dos figuras señeras en el Teoloyucan de 1914.
Del Plan de Agua Prieta saldrían Obregón y Calles que serían los constructores definitivos del cauce que tomó la revolución mexicana con la fundación del inefable PRI en 1929. Desde 1929 fueron poco más de 70 años de continuidad que desde Teoloyucan no se podían avizorar. Teoloyucan es la base de Agua Prieta y tiene dos destinos que sorprendentemente se empalman y se bifurcan: seis años de carrancismo y más de 70 de un priísmo que descansa en Calles como ideólogo y en Obregón como cadáver. Al final, el orden establecido por el PRI les hizo plazas, monumentos y guirnaldas a todos para que no se pelearan ¿en el cielo? a como se habían peleado en la tierra.
Teoloyucan es al siglo XX lo que el Plan de Ayutla fue al siglo XIX: la piedra fundamental en cada uno de esos dos siglos para el liberalismo mexicano ya que ambas se levantan contra dictaduras. Ayutla contra Santa Anna y Teoloyucan contra Díaz-Huerta-Carvajal. Del Plan de Ayutla de 1854 se levantaron contra la larga dictadura de Santa Anna, en un solo grupo, la embrionaria corriente civil del civil Juárez y la embrionaria corriente militar del militar Díaz. De Teoloyucan en 1914 se levantaron la corriente militar del militar Obregón -que traía a remolque a Calles- y la corriente civil de un Carranza -que traía a remolque a un civil para candidato presidencial, el frustrado Ignacio Bonillas-.
Benito Juárez se enfrentó en su momento a la disyuntiva de promover a la presidencia a un militar como Porfirio Díaz a quien Juárez le debía físicamente la presidencia (por su lucha contra el imperio de Maximiliano y por tomar la capital en 1867) o promover a Lerdo de Tejada, su alter ego civil. Cuando le tocó a Carranza decidir, también tuvo una disyuntiva: promover a la presidencia a un militar como Obregón a quien le debía físicamente la presidencia (por su lucha contra los resabios del porfiriato y por tomar la capital en agosto de 1914) o promover a Ignacio Bonillas, su alter ego civil. Juárez logró lo que Carranza no pudo.
Los tratados de Teoloyucan fueron firmados, según el calce: “Sobre el Camino Nacional de Cuautitlán a Teoloyucan, a trece de agosto de 1914. Por el Ejército Constitucionalista: general Álvaro Obregón. L. Blanco (firmados). Por el Ejército Federal: G. A. Salas. Por la Armada Nacional: vicealmirante O.P. Blanco”. Realmente son dos tratados (o dos aspectos de un mismo tratado). El primero aborda la ocupación de la capital mexicana en tres breves ‘bases’ y el segundo (el principal) con once ‘condiciones’ tiene como encabezado: “Condiciones en que se verificará la evacuación de la plaza de México por el Ejército Federal y la disolución del mismo”.
El ex presidente porfirista-huertista Carvajal, al renunciar el 10 de agosto de ese año, escribió en el último párrafo de su texto: “Queda por entero a la Revolución la responsabilidad del futuro, y si en un plazo más o menos lejano viéramos con pena reproducirse la situación a que trato de poner término se pondrá una vez más de manifiesto la verdad de que con la violencia no puede reconstruirse una sociedad”. Carvajal atinó.
Teoloyucan constituyó, hace un siglo, el golpe sobre la mesa que despejó el escenario y dejó sólo a revolucionarios en la sanguinaria disputa por el poder.
Y ahora sí: a pelearse con confianza.
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