Proverbios 5:15
Por Wenceslao Vargas Márquez.- Xalapa, Ver.
(Con las disculpas por el epígrafe bíblico pero es que la Biblia es la mejor fuente de epígrafes).
La literatura universal se ha ocupado de
actividades más o menos escatológicas (adjetivo relacionado con las
inmundicias) a pesar de la oposición de personalidades pudibundas que no
toleran palabras que molestan los oídos, palabras presuntamente altisonantes,
palabras más penosas que las que llevaron a la hoguera a la novela Cariátide, a la revista Examen y
al escritor (mi paisano) Rubén Salazar Mallén.
Y fue poco. Si hubiesen conocido a Bukowski. (Creo que la filosofía de Bukowski es la mía. Los mejores placeres físicos son el sexo y leer. Bukowski diría: el sexo, leer, y cagar)
Para hacer rabiar a los persignados he querido anotar aquí algunos
renglones de la literatura y la crónica periodística que han abordado una
oportuna discusión. ¿Qué tan bonito es mear o cagar? Dicho de otra forma: estas dos actividades ¿han
merecido estar a la altura del arte? La respuesta es sí.
Ambas actividades eran referidas por mi abuela materna de una
manera muy casta: las sustituía por la inocua frase “ir al patio”. Así
cualquiera de los nietos que necesitaba ir el retrete necesitaba avisar que
tenía que “ir al patio”. A cualquier persona no avezada en estos eufemismos
tabasqueños, “ir al patio” le podría suponer un viaje a mirar las flores, viajes
bucólicos en que se recorrerían los jardines, pero no. Más bien los cólicos nos
hacían correr hacia la letrina. Imagínese el tropel el lector. A un visitante que oyera al niño
explicándose se le ocurriría acompañarlo alegando que también quiere ver las
flores y los arbustos.
En el tema uno haremos del
uno y examinaremos con tapabocas lo logrado. En el tema dos haremos del dos y
revisaremos con guantes lo obtenido. Primero el uno y luego el dos, porque está
claro que siempre el uno va antes que el dos, excepto en el 21, donde se chinga
el uno, dijo el coahuilense Catón citando al filósofo de Güemez.
Empecemos.
“Ir al patio” en Cervantes es hacer aguas mayores y menores. En el capítulo
XLVIII de la primera parte, para saber si su amo está encantado, Sancho le
pregunta si ha sentido ganas de hacer aguas mayores o menores. Don Quijote no
entiende la frase y Sancho se la aclara para concluir en la prueba anotada a principios
del capítulo siguiente. Los encantados no comen ni beben ni duermen “ni hacen
las obras naturales que yo digo” de manera que si el caballero andante sintió
esas necesidades es de concluir que no estaba encantado.
En la segunda parte, Don Quijote defiende el vocablo ‘erutar’ como sustituto
del vulgar ‘regoldar’ que usa Sancho a quien le explica: “La gente curiosa se
ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar y a los regüeldos erutaciones”.
Un regüeldo, escribía Quevedo en 1620, es un pedo malogrado; pero sigamos con
el uno.
Orinar es tan bonito que esa necesidad fisiológica ha merecido pasar a la
historia anotada en la literatura universal. Para la literatura, el siglo XX
empezó en 1922 cuando James Joyce publicó un paradigma literario universal: Ulises.
En el capítulo XVII se lee acerca de dos residentes de Dublín, Irlanda, que orinan como sin querer (nadie más que Stephen y Bloom, ningún ex presidente mexicano). La narración es la siguiente:
"¿Quedaron indefinidamente inactivos? Por sugerencia de Stephen, por
instigación de Bloom, ambos, primero Stephen, luego Bloom, en la penumbra
orinaron, sus costados contiguos, sus órganos de micción hechos recíprocamente
invisibles por circumposición manual, sus miradas elevadas a la proyectada
sombra luminosa. ¿De modo semejante? Las trayectorias de sus micciones, primero
sucesivas, luego simultáneas, fueron desemejantes: la de Bloom más larga, menos
impetuosa, en la incompleta forma de la bifurcada letra penúltima del alfabeto,
él que en su último año en la escuela media (1880) había sido capaz de alcanzar
el punto de mayor altura contra toda la fuerza aliada de la institución, 210
estudiantes”.
Para Pablo Neruda, la orina de su Dulcinea es una "miel delgada"
según el poema Tango del Viudo (de Residencia en la Tierra, 1933): "Daría
este viento de mar gigante por tu brusca respiración / y por oírte orinar, en
la oscuridad, en el fondo de la casa, / como vertiendo una miel delgada,
trémula, argentina, obstinada".
Swift, en el primero de los
Viajes de Gulliver, parte final del capítulo 5, hace que el gigante Gulliver
orine en el minúsculo palacio de Liliput para apagar un incendio en tres
minutos. Por cierto que este pasaje está censurado (eliminado) en varias
ediciones de los Viajes. Por fortuna, las dos ediciones que tengo narran lo del
incendio que es apagado con orines. Excelente.
Rabelais hace que el también gigante Gargantúa
(cap. XXXVI de libro I) combata a un ejército haciendo orinar a la enorme burra
que lo transporta . No sé de que haya habido censuras de este pasaje de 'diluvio úrico'.
Augusto Monterroso (en Movimiento Perpetuo) relata
como un burócrata halla el Edén bíblico en su casa si es capaz de poder leer y
orinar con tranquilidad: "Llegas a tu casa y todo está listo y tu mujer
con su lindo delantal rosado y su sonrisa ... te sirve de comer sin tardanza
... Te sumerges en una lectura profunda, maravillosa, interrumpido tan sólo por
tus propios impulsos, como son, por ejemplo, ir a orinar, o rascarte la
espalda".
Por un lado muy distinto (me refiero al
cambio de enfoque del literario al político, no al órgano de micción, que es el
mismo), los diputados federales también orinan: falta saber si también lo hacen
los senadores, los diputados estatales, los miembros (en el sano sentido) del
poder judicial, del ejecutivo, además de los candidatos y precandidatos de todo
tipo.
Es el caso que el entonces diputado Francisco Peralta Burelo (en El
Financiero, noviembre de 1995) se encargó de retratar mediante algunas
croniquillas a sus colegas. En su plaquette número cinco de las "Crónicas
y Anécdotas de la LVI Legislatura" del 28 de marzo de 1995, hace una
sólida y pertinente encuesta parlamentaria:
"¿Cuántas veces orina un diputado?"
Las respuestas son tan sorprendentes que obligan al
lector a sentir ganas de orinar:
"Un chingaral: diez o doce veces",
apunta el diputado Sergio Prieto. El diputado Oscar Villalobos dice que
"un chingo" porque toma mucha agua. El diputado Fernando Flores Gómez
dice también que "un chingo" porque se toma "más de cinco
botellas de agua y cafés y tés". "En esa andanada de respuestas
–continúa el diario-, hay tres que se aproximan al diputado real, al clásico
mexicano: la del diputado Luis Priego Ortiz: "Depende de cuantas veces
quiera saludar a un buen amigo"; la del diputado Miguel Lucero:
"Depende del interés de la agenda; la vejiga responde a ella"; y la
de un diputado anónimo, cuya identidad Peralta Burelo decide guardar: "Yo
vengo al baño para desaburrirme: orino para matar el tiempo".
El reportero del diario se indigna al grado de que
también siente ganas de orinar:
"¡Orinar de acuerdo con la agenda! ¿Y
estos son los diputados que ganan los cien mil pesos mensuales por abrigar a la
ciudadanía? ¿Los que deberían estar atentos a cada una de las propuestas que se
dicen en la tribuna, por nimia que sea? ¿Estos, los que prefieren ir al
sanitario a desaburrirse?" Nota: el adjetivo 'nimia' puede equipararse a
cierta palabra impublicable.
La respuesta a todas estas preguntas es un Sí
generalizado, un Sí rotundo porque los diputados también orinan, tienen derecho
a orinar. Sí, señor. No faltará alguno que promueva una nueva consigna
política: ¡Orinemos, nunca dejemos de orinar! o ¡ se ve, se siente, la orina
está presente!
Además, para recordar que somos humanos y que la vida es dura,
es real y sin orillas, la literatura universal, como la de Joyce y Monterroso,
y las parrafadas municipales, como las mías, hacen bien en incorporar
actividades fisiológicas tan primarias al texto que ávidamente escudriñarán el
lector y los precandidatos aunque se enojen las damas de la vela perpetua.
Y ahora concluyamos porque –disculpe- tengo ganas
de orinar.
(Fin de la primera parte) -
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MEAR Y CAGAR. 2 de 2
Por Wenceslao Vargas Márquez. Xalapa, Ver.
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Decían las abuelas –cuando
menos la mía– que soñar con caca significa que uno va a recibir mucho dinero y
esta conseja (ampliada a “hablar de la caca”) nos permitirá entrar sin guantes
ni tapabocas a un terreno definitivamente fangoso, y antihigiénico: el terreno
de las inmundicias, llamada por los griegos skatos, y a su estudio
escatología. Hablemos de hacer del dos.
Anotemos primero una pulsión natural y frecuente. Llega uno a un lugar, preferentemente público (hospital, escuela), con el cuerpo en orden, sin ninguna necesidad fisiológica.
¿No le ha ocurrido al lector que con sólo ver los baños rechinando de limpios, cristales y aluminios pulidos, le invaden unas profundas ganas de cagar?
¿No ha soñado nunca el lector con que defeca ¡en público! ante la mirada
atónita de numerosos comensales o de oficinescos compañeros de trabajo?
Alguna
vez yo soñé que en una gran oficina iluminada, con grandes ventanales y gran
cantidad de empleados, abría el cajón más bajo de un archivero azul de metro y
medio de alto y me sentaba a desahogar mis intestinos sobre los expedientes
amarillos ante las miradas sorprendidas de los demás oficinistas.
El sueño crea una angustia interminable. La agonía de cagar en público y la agonía en mi sueño de no tener papel higiénico al alcance. Yo sufrí este sueño y desperté sudando... y sin recibir dinero.
Sudó también un bandolero
cuando vio los rifles gubernamentales apuntándole. Se sabe que al Tigre de
Santa Julia el ubicuo brazo del gobierno lo atrapó... cagando. La película
correspondiente se estrenó en 2002. Desde esa antihigiénica fecha en que cayó
preso El Tigre todo el que es sorprendido por un compromiso en el momento de
cagar, se dice que es sorprendido como al Tigre de Santa Julia.
Algo similar
pudo haberle ocurrido a Marylin Monroe. Una de las más plausibles hipótesis
acerca de su muerte en 1962 es que haya sido asesinada mediante la aplicación
de una vulgar lavativa.
El francés Montaigne explica que antes de que apareciera el papel higiénico los
romanos usaban una esponja –la spongia– unida a un palo para limpiarse
el culo. Uno que se quiso matar pidió ir al baño y allí se atragantó
intencionalmente con esponja, palo y caca, con tal de no morir en las fauces de
las fieras.
En latitudes mexicanas el bacal –desdentada mazorca del maíz– suple
con creces aquel artilugio de imperial clasicismo. Se usaban toneles (añade
Montaigne en el ensayo XLIX de la primera parte de sus Ensayos, “Las costumbres
de los antiguos”) en las esquinas de las calles de Roma para depositar allí los
orines.
En la Nueva España había
personal del gobierno dedicado a recoger las heces que nuestros tatarabuelos
arrojaban en las calles con el grito de ¡agua va! o ¡aguas!, grito que pervive
hasta nuestros días para advertir peligro.
Hay en los tiempos modernos avisos,
como el de obligar al uso del WC en determinados momentos del día. Alguien que
se pasó sentado en el retrete mucho tiempo redactó unos contestatarios
versitos: “Me causa risa y sorpresa este anuncio estrafalario / pues debe saber
la empresa que el culo no tiene horario”.
Francisco de Quevedo y Villegas
escribió en 1620 “Gracias y desgracias del Ojo del Culo y defensa del pedo”,
donde defiende la tesis de que es más útil el ojo del culo que cualquiera o
ambos ojos de la cara. Las desgracias son diecisiete. En la quinta le extraña
que un eructo (regüeldo, pedo malogrado), en público, sea reprobado mientras un
pedo es aplaudido pues con este último anda la risa y la chacota.
Encomia
Quevedo al emperador romano Claudio César, quien promulgó un edicto autorizando
peer, echarse cualquier cantidad de pedos, aunque estuviesen comiendo con él dado que es un acto benéfico para la
salud. Se enoja que en las almonedas se invite a pujar porque no le queda claro
si invitan a comprar o a cagar.
Se sabe de personas que viven sin ojos pero no pueden vivir sin ano.
Pero al parecer esto es
mentira porque Luciano de Samosata en Una Historia Verdadera, mil
doscientos años antes que Quevedo, describió a los habitantes de la Lunas como
seres que carecen de ano.
Cierto columnista revisa la vida y la obra de John
Waters, inventor del cine basura: En un artículo (“La Popó del Guaguá”) se
menciona la película Pink Flamingos (1972), donde un personaje “divierte a los
demás metiendo y sacando un pedazo de caca de su esfínter a ritmo de rithm
& blues”. Son desviaciones preocupantes como la angustia que nos da
tapar la tubería del baño de una casa ajena cuando todo el mundo sabe quién usó
el baño por última vez.
En la primera parte del Quijote, don Quijote y Sancho se internan en un
bosque para pasar la noche a la intemperie. Hay un ruido enorme que después se
sabría que era ocasionado por mazos que golpeaban alternativamente. Mientras
esto se llega a saber, Sancho, lleno de un pánico, llega a vaciar sus
intestinos acostado muy junto a su amo.
Don Quijote, “que tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos” y estando Sancho tan junto de él “que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba”, terminó por advertir el desastre fecal diciéndole: “Paréceme Sancho que tienes mucho miedo”. “Sí tengo –respondió Sancho–; mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?”. “En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar –respondió Don Quijote”.
Tiene el Quijote apócrifo momentos groseros, como el episodio de los
gargajos (XXIII) (que sin embargo Quevedo supera con amplitud en una famosa
escena del capítulo V del Buscón), o abiertamente escatológicos:
"me espantó denantes cuando la vi con tan mala catadura; que había, de la
cera que destilaba la colmena trasera que naturaleza me dio, para hacer bien
hechas media docena de hachas de a cuatro pábilos" (XXII).
Pero escatológico también lo
es Cervantes en la aventura de los batanes (1, XX).
Avellaneda puede ser
también crudamente misógino:
Las tetas, que descubría entre
la sucia camisa y faldellín dicho, eran negras y arrugadas, pero tan largas y
flacas, que le colgaban dos palmos; la cara, trasudada y no poco sucia del
polvo del camino y tizne de la cocina, de do salía; y hermoseaba tan bello
rostro el apacible lunar de la cuchillada que se le atravesaba" (XXIV)
García Márquez, en una novela,
hace que un personaje (no recuerdo cuál) diga que ¿Rubén Darío? "escribe cosas muy bonitas con la
misma mano con que se limpia el culo". Freud ha estudiado las implicaciones del
control de esfínteres y del dominio infantil sobre el bolo fecal de manera tal
que si usted es sicólogo o profesor(a) normalista afiliado al SNTE está
perfectamente al tanto de las implicaciones del caso. No ocurre lo mismo con el
control de esfínteres en adultos que logran peer a voluntad.
Peer, dice el
incorregible diccionario Larousse, es un verbo originario del latín pedere que se conjuga
como creer (¡qué comparación!). Significa despedir pedos, y pedo (lat. peditum)
es una ventosidad que se expele del vientre por el ano. Hay quienes peen a
voluntad y Montaigne en sus Ensayos escribe acerca de alguien a quien
conoció en su época y que lograba entonar largas sinfonías ¡cacofónicas!
Rastrear la etimología de la palabra más desagradable (?) en el título de la obra
de Quevedo ha sido difícil: “culo” parece ser pariente, como colon, de culleus,
un saco en que asfixiaba al parricida, proveniente del latín culus y del
griego koleión, vagina o funda. Mierda viene del latín merda, que
ya en su origen significaba excremento.
En 1860, el senador estadounidense George M. Willing bautizó con el nombre de
Idaho a un estado de la Unión Americana, aduciendo que dicha palabra indígena
significaba “perla de la montaña” cuando en realidad –descubrió un crítico de
los que siempre están chingando– su significado es “mierda de búfalo” según
cierto sitio en la red.
Sorete o serote es un trozo de mierda sólido y continuo
y su etimología es quizá ¡del griego serites!, montón, o quizás de
zurullo a través de la voz lunfarda soruyo. Una interjección violenta en inglés
es Shit¡, en francés ¡Merde alors¡, en el castellano de España, mecagonlostia.
En la Antología de
Relatos de Retrete de Ernesto Maruri se lee: “No vayas al retrete si te
estás cayendo de sueño, ni te metas en la cama si no aguantas más las ganas de
cagar. En el primer caso, te dormirías cagando, y en el segundo, te cagarías
durmiendo”.
En Gog, de Giovanni Papini, un músico peedor implementa
variaciones musicales con salva sea la parte, o sea, con el culo. Leopold Bloom, en el Ulises
de Joyce, se deleita con los olores que ascienden del retrete mientras caga.
En el capítulo 13 se masturba; en el 17 orina. Su mujer Molly lo espera
meditando acerca de la menstruación. Jonathan Swift –cita cierto suplemento
cultural– se mete en los intestinos de Celia cuando exclama: “Oh¡ Celia, Celia,
Celia shits!”.
El párrafo aparece también en
el capítulo 83 de la Rayuela de Julio Cortázar:
"Al final de lo que Balzac hubiese llamado una orgía, cierto individuo nada metafísico me dijo, creyendo hacer un chiste, que defecar le causaba una impresión de irrealidad. Me acuerdo de sus palabras: «Te levantás, te das vuelta y mirás, y entonces decís: ¿Pero esto lo hice yo?» (Como el verso de Lorca: «Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.» Y creo que también Swift, loco: «Pero, Celia, Celia, Celia defeca.»)
A mediados del siglo
XVI, en Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, capítulo XIII del libro I,
Gargantúa descubre la mejor manera de limpiarse el culo: con un pollo, una cría
de ganso muy emplumada.
Leamos a la mejor cumbre de la literatura francesa:
Hacia
finales del quinto año, Grandgousier, de vuelta de la derrota de los canarienses,
visitó a su hijo Gargantúa. Allí se alegró tanto como correspondía a un padre
que tenía tal hijo, y, abrazándole y besándole, le interrogó de diversas
maneras sobre cosas pueriles. Bebió mucho con él y sus ayas, a las cuales
preguntaba con interés, entre otras cosas, si le habían llevado siempre limpio.
A lo que Gargantúa respondió que él había tomado tales disposiciones, que no
existía en el país muchacho más limpio que él.
–¿Cómo ha
sido eso?
–He
inventado –respondió Gargantúa–, tras larga y curiosa experiencia, un medio de
limpiarme el culo, el más regio, más señorial, más excelente, más convincente
que jamás se haya visto.
–¿Cuál?–
quiso saber Grandgousier.
–Os lo voy a
contar ahora –repuso Gargantúa–. Me limpié una vez con un paño de terciopelo de
una doncella noble con el que se tapaba la nariz y la parte inferior de la cara
y me agradó, porque la suavidad de la seda me daba mucho gusto en el ano. Otra
vez lo hice con una caperuza y me sucedió lo mismo. Otra, con una pechera.
Otra, con unas orejeras de raso carmesí; pero la dureza de un montón de
pelotillas de mierda que allí había me desolló todo el trasero. ¡Que el fuego
de San Antonio queme la morcilla cular del orfebre que las hizo y de la
doncella que las llevaba! Se me pasó ese mal limpiándome con un gorro de paje
adornado con plumas a la manera suiza.
“Después, al
cagar detrás de un zarzal, encontré un gato nacido en el mes de marzo, y me
limpié con él; pero sus uñas me ulceraron todo el perineo. De esto me curé al
día siguiente limpiándome con los guantes de mi madre, que olían a sexo de
mujer.
“Después me
limpié con salvia, hinojo, aneto, mejorana, rosas, hoja de curga, col, acelga,
parra, malvavisco, verdasco (que es la escarlata del culo), gordolobo, lechuga
y espinaca –todo lo cual me produjo mucho efecto–, mercurial, persicaria,
ortiga, consuelda; pero tuve disentería, de la que me curé limpiándome con mi
bragueta.
“Después me
limpié con las sábanas, la manta, las cortinas, un cojín, una alfombra, un
mantel, una servilleta, un pañuelo para los mocos y un peinador, y todo eso me
daba tanto gusto como el que sienten los roñosos cuando les quitan la roña.–
–
Pero, en fin, ¿qué es lo que te parece mejor para limpiarse el culo?– preguntó
Grandgousier:
– A eso iba
–respondió Gargantúa–. Pronto sabréis el tu autem. Me limpié con heno,
paja, estopa, borra, lana, papel. Pero:
Los cojones siempre ensucia /Quien su culo con papel limpia.
–¡Cómo, mi
pequeño cojón! –exclamó Grandgousier–. ¿Has bebido, puesto que sabes ya rimar?
–Sí, rey mío
–contestó Gargantúa –, rimo tanto como eso y más, y a veces rimando me resfrío.
Oíd lo que dice nuestra letrina a los que cagan:
Cagón, Petardo, Mierdosa
Tu grasa, Que se escapa,
Se esparce Sobre nosotros.
Cochinos, Mierdosos, Que los
soltáis gota a gota.
¡El fuego de San Antonio te
queme
Si todos Tus agujeros cerrados
No te limpias antes de irte!
– ¿Queréis más todavía?
– Sí – respondió Grandgousier
– Pues ahí va– dijo Gargantúa.
– Pues ahí va– dijo Gargantúa.
RONDÓ
Anteayer, cagando, olí
El tribuno que a mi culo debo;
El olor fue tan ingrato,
Que fétido del todo me hizo a
mí.
¡Oh, si alguien hubiera
consentido
en traerme una mujer que yo
esperaba
cagando!
¡Porque yo le habría tapado
Su agujero de orina a mi
rústica manera;
Si ella con sus dedos hubiera
Desalojado mi agujero de
mierda
cagando!
–Decid ahora
que no sé nada. Por la mierda, que yo no los he hecho; pero de oírlos recitar a
la gran dama que veis aquí, los he guardado en el talego de mi memoria.
-Volvamos a
hablar de lo que hablábamos antes.
–¿De qué?
–preguntó Gargantúa–. ¿De cagar?
– No, de
limpiarse el culo.
–¿Me
pagaréis un tonel de vino bretón si os dejo sin saber qué responder?
– Sí, te lo
prometo.
– No hay
necesidad de limpiarse el culo, sino cuando hay caca. No puede haber porquería
si no se ha cagado. Así, pues, hay que cagar antes de limpiarse el culo.
–¡Oh!
–exclamó Grandgousier–. ¡Qué buen juicio tienes, muchachito! Uno de esto días
haré que te gradúen de doctor en La Sorbona, porque, ¡pardiez!, tienes más
razón que edad. Sigue hablando, te lo ruego, sobre los medios de limpiarse el
trasero, y, ¡por mis barbas!, te daré no un tonel, sino veinte, de ese buen
vino bretón, el cual no se produce en Bretaña, sino en ese gran país de Vernon.
–Me limpié
después con un bonete, una almohada, un pantuflo, un saco, una cesta… ¡qué
desagradable para el culo…! y después con un sombrero. Y reparad que hay
sombreros pelados, de pelo, terciopelo, tafetán y raso. El mejor de todos es el
de pelo, porque hace muy buena abstersión de la materia fecal.
“Después me
limpié con una gallina, un gallo, un pollo, una piel de vaca, de liebre, de
paloma, un cormorán, un capuchón, una toca, un señuelo en figura de pájaro.
Cría de ganso para limpiarse el culo,
la solución de Gargantúa.
|
Pero, en
conclusión digo y mantengo que, para limpiarse el culo,
nada hay como una cría de ganso con plumón suave, con tal de que uno lo
tenga con la cabeza entre las piernas. Y creedme por mi honor, pues se siente
en el ano un deleite mirífico, tanto por la suavidad de ese plumón como por el
calor templado del ganso, el cual se comunica fácilmente a la morcilla cular y
otros intestinos hasta llegar a las regiones del corazón y del cerebro. Y no
creáis que la bienaventuranza de los héroes y semidioses que viven en los
Campos Elíseos esté en su asfódelo, en la ambrosía o néctar, como dicen las
viejas de por aquí. Paréceme a mí que está en que se limpian el culo con un pollo de ganso, y ésta es la opinión de maese Juan
de Escocia".
Y con esta frase termina el
capítulo XIII del libro I de Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, edificante
diálogo entre padre e hijo donde queda claro que al ir a cagar no hay que llevar el industrializado y yanqui papel higiénico en rollo sino la cría de ganso que ya se dijo.
MI ejemplar de Domar a la divina garza
|
Una novela del escritor xalapeño (de Puebla), Sergio Pitol, Domar a la divina garza, está dedicada íntegramente a una aventura escatológica donde unos personajes presencian la aventura antropológica donde una multitud, que se reúne para el efecto, se pone a cagar en público, bajo estricto ceremonial. El personaje La Divina Garza se llama realmente Marietta Karapetiz.
En la p. 189 leemos:
"A un lado del río se instalaron los retretes para las damas principales".
En la 192:
"Con cortesía refinada y natural, fruto seguro de una antigua cultura, la dama poderosa asistió al joven indígena que hacía las veces de santito y lo ayudó a sentarse sobre la bacinica de plata que había transportado. Con voz lenta y cadenciosa, vocalizando con esmero cada sílaba, ambos fueron recitando la plegaria:
¡Sal mojón / del oscuro rincón!
¡Hazme el milagro / Santo Niño del Agro!
¡Cáguelo yo duro / o lo haga blandito /
a la luz o en lo oscuro / sé mi dulce santito!
¡Ampara a tu gente / Santo Niño Incontinente!
Aquella multitud de dolientes, acomodada sobre una inmensa variedad de recipientes: bacinicas, latas de manteca o de petróleo, braseros, soperas, cubetas, palanganas, platos, cajas de zapatos, o aun modestos trozos de hoja de plátano, repetía con unción, con fe, con esperanza, la inspirada plegaria.
(...)
Durante varias horas la imploración fue una y otra vez, hipnótica, machaconamente.
(...)
Imagen gracias a mi amigo I.LH. |
(p. 195) ¡El asco que sentí en esa ocasión! ¡Puaff! ¡Sólo recordarlo me hace sentir náuseas! Consiento en que aquellas ceremonias puedan tener cierto encanto rudo, un perfumillo a establo a boñiga, que podría resultar estimulante a las personas que gustan de los placeres fuertes. Nostalgie de la boue, llaman a eso los franceses. Pero no todos somos pájaros del mismo plumaje. Hay grajos y urracas, pero también hay ruiseñores. La tarde de ese día se convirtió en un desborde grandioso de inmundicia: fetidez, mierda por todas partes, moscas del tamaño de un huevo.
(...)
Yo no veía sino a una masa fanática y aturdida, ebria de sol y de malos olores, colocada en posiciones grotescas, víctima de cólicos atroces, mientras a su lado pasaban jugueteando los monos, también ellos asqueados, tapándose las narices, chillando como demonios, tratando de exorcizar, ¡los pobres!, el espectáculo lamentable de aquella humanidad envilecida"
Hasta aquí transcribo a Pitol para invitar a que lean la novela. Yo me quedo con que la trama radica en la aventura en la que Dante de la Estrella busca domar las mentiras de la Divina Garza, antropóloga que estudia esa costumbre, la costumbre de cagar en grupo y en público. Es mi dictamen de lector a pesar de los análisis como del de Geishel Curiel Martínez (UNAM) o Leticia Mora Brauchli (Southwstern University) y otros muchos que la han analizado.
Yo mero, minutos antes de publicar. |
Cagar no es más importante que echarse pedos. Un autor del siglo XVIII, Hurtaut (1719-1791), así lo sostiene en su obra El arte de tirarse pedos, ensayo físico-teórico y metódico de 1751, cuya portada vemos enseguida de una edición original en francés de 1776:
El arte de tirarse pedos, 1776. |
Hay por supuesto una edición moderna:
Portada de una edición actual |
Otro similar se debe a Salvador Dalí: El arte de tirarse pedos o Manual del artillero socarrón, por el conde de la Trompeta, médico del Caballo de Bronce, para el uso de personas estreñidas.
Y ahora dejamos el presente texto hasta aquí
porque siento que alguien, algún lector, algún internauta, huele y, como Sancho Panza, no a ámbar sino a caca. Para no pasar
vergüenzas empezaremos por revisar los zapatos, no los calzones. Déjenme revisar las suelas.
Rápido, por favor, porque me dieron, de pronto, unas enormes ganas de cagar.
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Wenceslao Vargas Márquez.
Xalapa,
Ver.