El detective de Ishiguro
Wenceslao Vargas
Márquez
El mundo
occidental se fundó, culturalmente, sobre dos fratricidios, el de Abel por Caín
en el Génesis, y el de Remo por Rómulo en la historia del imperio romano. Entiendo
que Caín y Rómulo son los dos padres en que descansa Occidente. La cultura
judeocristiana nos dio la religión y la moral; Roma nos dio la arquitectura, la
política, el derecho, la ingeniería militar. Grecia, sin padres fratricidas,
nos dio apenas la filosofía (quizá por eso).
Como hay crímenes
debe haber detectives, regla existente desde los más remotos tiempos. En
Génesis 4, Jehová hace pesquisas acerca del desaparecido Abel. “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu
hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy acaso guardián de mi hermano?” Para
entonces Abel ya estaba muerto. Quizá el mundo occidental, es más un hijo del
homicida Caín, que del sustituto Set o del desaparecido Abel. Si Jehová hace
pesquisas, Cristo también, como detective, en El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza, hace un
año merecedor del premio Cervantes. De hecho las novelas de detectives y de inmorales
crímenes son lo único moral que nos queda para educar a la sociedad, dijo
Chesterton.
Por eso celebramos
desde estos párrafos el que Kazuo Ishiguro, premio Nobel de Literatura 2017, tenga
también su detective en el personaje Banks de su novela Cuando fuimos huérfanos. Christopher Banks es el detective de Kazuo
Ishiguro. Ishiguro le dijo al New York Times, el reciente seis de octubre, que
a los nueve o diez años de edad, como muchos otros niños, nada leía hasta que
descubrió a Sherlock Holmes. De ahí en adelante fue lector imparable, luego
escritor, hasta llegar al Nobel de Literatura hace muy pocos días. Qué bueno
que el origen literario de Ishiguro sea el detective clásico y qué bien que
tenga su propio detective en Banks.
El detective de
Ishiguro actúa en Cuando fuimos huérfanos,
novela ambientada en el Shanghai de los años treinta del siglo XX, cuando el
tráfico del opio en el sureste asiático. La novela arranca el 24 de julio de
1930 en Londres. (En su momento, otro premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda,
criticó el tráfico de opio en el sureste asiático, donde fue cónsul de su natal
Chile, por los mismos años treinta del siglo XX).
Cuando era niño, Christopher
Banks recibe de unos amigos una lupa, como regalo, y esa lupa condicionó su
futuro y confirmó su deseo de ser detective cuando adulto. Vive en Shanghai
donde un día su padre no aparece en la oficina y no vuelve a verlo. Le pasa al
niño Banks al perder a su padre lo que le pasa a un adulto al perder para
siempre su empleo o sus bienes. Ya he escrito en otro momento que lo que
llamamos esperanza es una permanente fuga hacia adelante. Lo dijo muy bien
Xavier Villaurrutia en su Nocturno de la
estatua: “Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito, querer tocar
el grito y sólo hallar el eco, querer asir el eco y encontrar sólo el muro, y
correr hacia el muro y tocar un espejo”. Esa es la sensación de la esperanza
que se fuga mientras rueda el sol de los días con la esperanza de volver a ver
a su padre y eso no ocurre.
Ishiguro hace más
dramática la pérdida de la madre. Un día Banks sale al centro comercial con su
tío Philip. No se imagina que esa imagen de su madre de pie en el pórtico de su
casa será la última que vea y recuerde
en muchos años. En el camino el diálogo con el tío trae al pequeño Banks una
serie de premociones que le preocupan. Banks niño siente lo ominoso en la
atmósfera del viaje en el que al final Philip lo abandona en la calle y como
puede vuelve a su casa. Cuando llega su madre ya no está.
Estas escenas traen
a mi memoria El arca de agua, de
Doctorow, donde Martin Pembleton desaparece buscando a su padre tras asegurar que lo ha visto
en un vehículo municipal de paseo por las calles de la Nueva York del
siglo XIX cuando en realidad su padre está muerto y fue enterrado hace poco. Pembleton,
de Doctorow, insiste y encuentra sorpresas en su búsqueda, al igual que el
Banks de Ishiguro encuentra sorpresas en la suya. Las atmósferas narrativas de
Doctorow e Ishiguro son paralelas, e igualmente ominosas. Dice el diccionario,
de la respetable (nótese mi elipsis), que ominoso es aquello que es abominable y que merece ser
condenado y aborrecido. Así son las atmósferas de Doctorow e Ishiguro.
Christopher Banks, el detective de Kazuo Ishiguro, no es el
detective tradicional como el de Agatha Christie o Poe o el de Paco Taibo II.
Quizá, forzando las analogías, sea un poco el pacífico padre Brown, de
Chesterton, analítico, distante, metódico y británico (y soltero), pero, ya sabemos, las
comparaciones son odiosas (y tediosas). Cuando
fuimos huérfanos, del Nobel 2017 de Literatura, tampoco es una novela clásica
de detectives.
Al final, en la séptima parte, fechada en Londres en 1957, el
detective Banks medita sobre nuestra condición de huérfanos: “Nuestro destino es encarar el mundo como huérfanos,
huérfanos que a lo largo de los años persiguen las sombras de sus desaparecidos
padres”.
Las sombras que perseguimos de nuestros desaparecidos padres son
las sombras de nuestros desaparecidos padres culturales, Rómulo y Caín, que
generaron la necesidad de detectives al haber sido los padres fratricidas de
Occidente.