El rechazo a las democracias (1 de 2)
6 de enero 2019 - Wenceslao
Vargas Márquez
Ha sido
algo así como el libro del año en ciencia política. En estas notas trataremos
de reflexionar acerca de los principales apuntes de los profesores de Harvard, Levitsky
y Ziblatt, contenidos en su libro Cómo
mueren las democracias, pero no en el sentido de analizar si el fondo de lo
que afirman es cierto o no sino pensando en preguntarnos por qué se hace contra
las democracias lo que ellos apuntan.
Comienzan
los autores Levitsky y Ziblatt citando los ascensos de Hitler y Mussolini en
Italia y Alemania como modelos destructores de la democracia liberal tradicional,
Mussolini en Italia en 1922 y Hitler en
Alemania en 1933. Tienen razón en ponerlos como modelos de quienes destruyen
las democracias desde dentro, pero me temo que dos o tres datos puntuales son inexactos,
o debatibles.
Por
ejemplo, decir que la visita de Mussolini al rey Víctor Manuel el 30 de octubre
de 1922 es el “inicio” de la marcha sobre Roma me parece erróneo. En realidad
esa visita fue el “final” de la marcha física sobre Roma. Mussolini se trasladó
físicamente desde Milán en tren, sus seguidores en auto, ferrocarril, bicicleta
y a pie. El “final” de la marcha concluyó con la toma pacífica de Roma por
parte de unas 40 mil personas que sin violencia física (la pura presencia del
número) obligaron al rey a darle el gobierno a Mussolini por temor al mal mayor
que eran el comunismo y el socialismo.
Pocas veces se tiene presente, y en
ellos aciertan Levitsky y Ziblatt pero no son los primeros (ni los más enfáticos),
en decir que Hitler y Mussolini recibieron ‘por confianza’ la jefatura de
gobierno de parte de sus respectivos jefes de Estado. Hitler recibió el mando
de manos del presidente Hindenburg y Mussolini lo recibió de manos del rey.
Dicen
Levitsky y Ziblatt que “Hindenburg, aprovechó un artículo de la Constitución
que confería al jefe del Estado la autoridad para nombrar a cancilleres en caso
de darse la circunstancia excepcional de que el Parlamento no lograra nombrar a
un Gobierno por mayoría. La función de dichos cancilleres no electos y del
propio presidente no consistía sólo en gobernar, sino, además, en marginar a
los radicales tanto dentro de la derecha como de la izquierda”. Aquí tengo otra
reserva. Me temo que cancilleres como los descritos no necesariamente hacían la
función de “marginar a los radicales”; pienso en von Papen y en Schleicher.
Hitler,
para sus planes, tuvo la suerte de que se muriera Hindenburg al año siguiente
de su ascenso, en agosto de 1934, y al quedarse solo asumió todo: la cabeza del
Estado (la Presidencia), el gobierno (la Cancillería), más la dirigencia del
partido (el NSDAP), más facultades legislativas y jurisdiccionales, por la vía
de la por él creada figura de Führung,
que unificaba todas esas instancias. El titular de la Führung era el Führer. Mientras
a Hitler le faltó el acompañamiento del Presidente, que murió, el caso italiano
fue distinto.
El rey Víctor Manuel se mantuvo a cargo de la monarquía antes,
durante y después del gobierno de Mussolini. En concreto, Mussolini gobernó desde
1922 y hasta 1943 en que fue destituido por el mismo rey que lo había nombrado
jefe del gobierno italiano 21 años atrás “al final” y no “al inicio” de la
marcha sobre Roma. Sigue siendo tema de polémica desentrañar el misterio de la
conducta del rey.
Dicen
también Levitsky y Ziblatt que “los pelotones de fascistas que rodeaban Roma
representaban una amenaza, pero las maquinaciones de Mussolini para tomar las
riendas del Estado no tuvieron nada de revolución”. El punto es interpretar el
sentido que los citados autores le dan a la palabra “revolución”. Mussolini
formó un nuevo gobierno y un nuevo régimen que duró poco más de veinte años.
¿Fue entonces la suya una revolución o no? Si lo que quieren decir es que no
fue violenta con muertos y heridos efectivamente no los tuvo, al menos en el
preciso momento de ascender.
En el
primer párrafo de esta nota propusimos preguntarnos por qué se hace contra las
democracias lo que Levitsky y Ziblatt apuntan en su libro. Proponemos aquí que
por la razón de que los regímenes derribados entraron en crisis. Por crisis
entendemos la incapacidad para la eficacia; por eficacia entendemos lograr los
objetivos del Estado.
La crisis de los rusos Romanov permitió el ascenso del
Partido Comunista, la monarquía italiana entró en crisis (perdió eficacia) en
1922 y permitió la llegada del Partido Nacional Fascista, el sistema político
mexicano caudillista entró en crisis con la muerte de Obregón en 1929 y orilló
a la creación del Partido Nacional Revolucionario, de sospechosa homonimia con
el italiano, la República de Weimar entró en crisis en 1933 y permitió la
llegada del NSDAP. La crisis del PRI-gobierno desde fines del siglo XX permitió
el ascenso de Morena en 2018.
Pregunta
desagradable: ¿se parecen las razones por la que cada sistema político perdió
eficacia y permitió el ascenso de un contrario que en distintos grados monopoliza
el poder en una sola persona?
Desde aquí proponemos que sí.
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El rechazo a las democracias (2 de 2)
8 enero 2019 - Wenceslao
Vargas Márquez
Al reciente
libro Cómo mueren las democracias, de
los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de
la Universidad de Harvard, le habría convenido mejor llevar como tema Por qué mueren las democracias. Me
parece que no importa tanto el cómo mueren las democracias si no por qué mueren
las democracias.
Plantean
nuestros autores cuatro criterios para medir la erosión de la democracia por
parte de un político como cabeza de un nuevo régimen. Escribieron: “hemos
concebido un conjunto de cuatro señales de advertencia conductuales que pueden
ayudarnos a identificar a una persona autoritaria cuando la tenemos delante.
Deberíamos preocuparnos en serio cuando un político: 1) rechaza, ya sea de
palabra o mediante acciones, las reglas democráticas del juego, 2) niega la
legitimidad de sus oponentes, 3) tolera o alienta la violencia o 4) indica su
voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los
medios de comunicación”.
Los autores proponen que las democracias han comenzado a morir no por
ser atacadas desde fuera (revolución, golpe de Estado, etc.) sino cuando
líderes carismáticos llegan al poder con las reglas del juego y luego debilitan
y anulan desde adentro los valores tradicionales de la democracia liberal. Para
comenzar su explicación Levitsky y Ziblatt proponen los casos de Mussolini en
Italia en 1922 y Hitler en Alemania en 1933, líderes carismáticos que en su
momento recibieron el poder por la vía democrática. Mussolini de manos del rey
y Hitler de manos del presidente.
Nos parece que los casos italiano en 1922 y alemán en 1933 se
parecen (es decir, son lo mismo como explicación política) a los casos
ruso-soviético de 1917, y mexicanos de 1929 y 2018. Creemos que todos los casos
responden a un denominador común: el hartazgo con el régimen precedente que se
traduce, según la gravedad, en el monopolio posterior del poder en las manos de
una sola persona.
Hitler asumió todo el poder en 1934: la cabeza
del Estado (la Presidencia), del gobierno (la Cancillería), más la dirigencia
del partido (el NSDAP), más facultades legislativas, jurisdiccionales y de
fiscalía. ¿No es equivalente la manera en que los presidentes salidos del PRI
en el siglo XX ejercieron el poder?
Los
presidentes mexicanos unificaron bajo su puño la cabeza del Estado, del
gobierno y del partido, más facultades metaconstitucionales en lo legislativo,
judicial y de fiscalía.
En Italia ocurrió lo mismo aunque Mussolini no retuvo
en sus manos la cabeza del Estado que siguió en manos del rey, pero como si lo
hubiese hecho: el monarca (superior) fue una nulidad en todos los sentidos
hasta que despertó en 1943 y destituyó al Duce (subordinado).
Permítame el
lector un despropósito (¿otro?): desde que nació el PRI con el nombre de
Partido Nacional Revolucionario los presidentes mexicanos tuvieron encima de su
autoridad, la sombra política de Calles. Calles actuó como una especie de jefe
de Estado mientras los presidentes desde 1929 y hasta 1936 se desempeñaron como
jefes de gobierno, hasta que Cárdenas asumió el mando de los dos niveles y creó
la figura presidencial mexicana que hoy conocemos.
Entre
paréntesis apuntemos que Mussolini se llamó Benito en razón de que su padre
Alessandro (1854-1910), socialista, admiraba a nuestro oaxaqueño Juárez; en
relación con don Benito apuntemos que las primeras células fascistas (los fasci di combattimento) los fundó
Mussolini un 21 de marzo (de 1919; ya pronto el centenario). Una pregunta mala
onda: ¿fue en honor al nacimiento del presidente Juárez?
Con otro paréntesis
diremos que Calles visitó Alemania en agosto y septiembre de 1924, antes de
tomar el poder, y cuando fue apresado en 1936 para ser expulsado del país por
Cárdenas, sus aprehensores consignaron que leía en ese mismo momento un
ejemplar de Mi lucha, la obra
hitleriana fundamental en el nacionalsocialismo.
Regresemos. En vez del título de Cómo
mueren las democracias, de Levitsky y
Ziblatt, es mejor preguntarnos por qué mueren las democracias. Nuestra
respuesta es colectiva y mecánica: la crisis del régimen precedente. La crisis
de la monarquía y gobierno italianos orillaron al ascenso del fascismo, la
crisis de la alemana República de Weimar, orilló al ascenso del nazismo, la
crisis mexicana ocasionada por la muerte del presidente electo Obregón en 1928
orilló a la creación del PRI en 1929, la crisis devastadora del PRI (1982-2018)
orilló al ascenso del nuevo gobierno mexicano.
En todos los casos fueron arrollados los instrumentos democráticos
existentes como pesos y contrapesos en el ejercicio del poder. ¿Por qué? Por inoperantes.
No es una justificación. El monopolio personal del poder que ejerce una sola
persona arrollando a los demás poderes y entes autónomos no es tampoco una
justificación ni un pretexto, es una realidad, pretende ser una explicación de
por qué mueren las democracias.
Twitter @WenceslaoXalapa