La locura áulica de Carlota
Wenceslao Vargas
Márquez
Hace 150 años,
en un día impreciso entre el 13 y el 30 de septiembre de 1866, cayó sobre la
emperatriz Carlota de Bélgica la locura por la que pasaría a la historia.
Maximiliano
aceptó el trono mexicano en abril de 1864. Llegaron juntos a la ciudad de
México en junio. Él tenía 32 años de edad y ella 24. Se estableció su imperio
con apoyo militar francés. Cuando ese apoyo comenzó a retirarlo Napoleón III,
emperador de Francia, Maximiliano exigió que se cumplieran los pactos y
convenios firmado entre los dos emperadores. Debería ir a París algún mensajero
a aclarar los pactos y a exigir más dinero y más soldados para un imperio que
se desmoronaba.
Carlota (izq.) en automóvil. 1927, año en que murió. |
En el segundo semestre del mismo 1866 se decidió que fuese la propia Carlota la mensajera imperial quien procurara convencer a Francia y para ello viajó a París. Salió a principios de julio de México, llegó a principios de agosto. Por carta de Maximiliano a Eloin del 10 de julio se sabe que Max esperaba que el viaje durara seis semanas y que la emperatriz volviera a México en noviembre.
Detalle de la fotografía. Crédito. Libro 'Carlota de Bélgica'.
Autora: Helene de Reinach Foussemagne
|
El 15 de agosto de 1866 Carlota le escribe a Maximiliano
que se siente de maravilla y le pide que tranquilice su corazón sobre este
punto. El día 21 Napoleón III le da la respuesta definitiva por la cual Francia
niega cualquier ayuda adicional a Maximiliano. Dice Reinach que aquí la razón
de la emperatriz tambalea a como se ve en una carta del día 22 de agosto dirigida a
Maximiliano. En ella Carlota trata a Napoleón de “diablo en persona”. Con sus
corresponsales familiares más frecuentes “Carlota permanece perfectamente
sensata”.
El 13 de
septiembre escribe de nuevo a Max desde Miramar y dice Reinach que fue ahí
“donde estallan las primeras manifestaciones exteriores de la enfermedad”. El
secretario privado de Maximiliano, José Luis Blasio, llegó a Miramar el 14 de
septiembre y encuentra a la emperatriz nerviosa, impaciente, desconfiada, pero
puede presidir la ceremonia del grito mexicano de independencia. Una carta del
vizconde de Conway al duque de Nemours fechada el 11 de octubre dice que “es
falso que la explosión del mal tuvo lugar en Roma. Ya había aparecido en
Miramar y, sobre todo, en camino a Bozen (Bolzano, norte de Italia)”.
El día 18 de septiembre emprende el viaje norte-sur rumbo a Roma vía Marbourg, Bozen, Mantua y Reggio. Dice Rainach (p.
298) que “en Bozen se acentúan los desórdenes cerebrales ya aparentes en
Miramar”. Llegó a Roma el 25. El 27 visitó por primera vez el Vaticano. El día
30 de septiembre exigió ser recibida por el papa Pío IX y en su taza de chocolate metió los
dedos diciendo que tenía hambre pero que temía comer porque todo lo que le daba
estaba envenenado. Después le reclamó también a Blasio. Es aquí donde nace
oficialmente la locura pero como ya hemos visto su origen data de la estancia
previa a Roma a mediados de septiembre.
El 7 de octubre,
ya con pérdida plena de facultades dictó a Blasio ceses y destituciones de
funcionarios imperiales en México, ceses imposibles de aplicar por la distancia
y la situación política. A todos los acusaba de ser cómplices de Napoleón para
asesinarla. El 14 de octubre su hermano Felipe le escribe a un familiar que
Carlota sigue con su manía pero que “admite que está enferma y debe
recuperarse”. El día 27 Felipe vuelve a escribir que la ve “absolutamente
recuperada”. El 12 de octubre Maximiliano fue avisado en México por despacho
del día 4 de octubre de 1866. Amaneció 1867. Max
fue fusilado en junio. En julio sus familiares belgas se la llevaron de Miramar
a Bélgica a donde llega con “la piel sobre los huesos”. El 6 de agosto se le
instaló en el castillo de Tervueren. En ese agosto se sabe que “las tres
cuartas partes del tiempo la cabeza de la emperatriz está sana” pero hay ratos
que divaga. Nunca es violenta. Carlota tiene conciencia de su enfermedad.
Recupera el gusto por la música, el apetito, el sueño.
El 14 de enero de
1868 (cuando el cuerpo de Maximiliano llega a Europa) por fin se deciden a
darle la noticia de que es viuda. El shock que recibió en el primer momento,
dice una carta, fue amortiguado por la idea de que Max murió gloriosamente. Su
mejoría se mantiene varios meses. Una carta de mayo de 1868 explica que sus
cercanos procuran “no tocar los puntos que le irritan”. Se añade que lo que
tiene “son más bien rarezas, manías, una sobreexcitación”. El año 1868 termina
peor para ella y se hunde más y su razón termina de perderse. En marzo de 1879
hay el parecer de que pudo haber iniciado ella un incendio en el palacio de
Tervueren.
A partir de
entonces sus periodos de lucidez, antes frecuentes, se espacian cada vez más
hasta que desaparecen por completo. Se le ocurre hacer añicos lo que cae en sus
manos pero respeta las cosas que le recuerdan a Maximiliano. Conserva nociones
de fechas y aniversarios. Al nacer el siglo XX sigue viva. En sus últimos años,
dice Reinach, todavía aceptaba ocuparse de su aseo personal, de arreglar sus
cabellos aunque ya era menos coqueta pero todavía muy sensible a los cumplidos
sobre su arreglo personal. Desarrolló cataratas, jugaba cartas. Con frecuencia
se quedaba en silencio largos periodos y luego entraba en discusiones
apasionadas en francés, inglés, alemán, italiano y español con personajes
imaginarios. En cambio nuestros gobernantes hablan y escriben a medias únicamente
el español; además lo farfullan con sintaxis lastimada, atropellada y tartajosa.
Carlota murió en
1927, a los 87 años de edad, cuando México estaba bajo el gobierno de mi espiritista general Calles. En 1928 fue asesinado Obregón. En 1929 llegó a México otra
locura: el PRI. Sólo al autor de estos párrafos se le ocurre recordar,
en solitario, el sesquicentenario de una locura, la locura áulica de Carlota. La locura del PRI, en
cambio, la conmemoran multitudes cada marzo. Vivimos en un país libre: cada quién su locura.
Post scriptum. Desde los textos de pedagogía se ha
pretendido que el adjetivo áulico se refiere a aula; es falso. Si fuese así, estoy
seguro que de silla obtendríamos ‘síllico’, de ventana ‘ventánico’, de pizarrón
‘pizarrónico’, de ‘pizarrín’ me agarran dudas. ‘Áulico, áulica’ se refiere otra
cosa; que quede de tarea a los pedagogos.
Twitter
@WenceslaoXalapa