Eduardo Mendoza
Wenceslao Vargas
Márquez
Lo único que nos
queda para enseñar moralidad son las novelas de crímenes, escribió
Gilbert Keith Chesterton, el indudable maestro de la redacción paradójica, en Cómo
escribir relatos policiacos. Chesterton confesaba su vicio de leer
novelas detectivescas de folletín con valor de unas pocas monedas. Comparto el
vicio de Chesterton por la novela barata de detectives. Son los únicos libros que
compro, leo y desecho (sin quemarlos, ni como el Montag de Bradbury, ni como el Carvalho de Vázquez Montalbán ni como en Fantomas, de Julio Cortázar); el resto de los libros que adquiero los conservo.
Eduardo Mendoza con Pomponio Flato. Imagen Wikipedia. |
Hay más detectives que teóricos del tema. Los hay clásicos con nombre: Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Augusto Dupin. Hay detectives heterodoxos como el que crearon Borges y Bioy Casares en don Isidro Parodi, peluquero que despacha sus casos perfectamente preso en la penitenciaría a donde van a consultarle sus clientes. En México es famoso el detective Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Taibo. De Belascoarán han actuado películas Pedro Armendáriz Jr., primero, y Sergio Goyri después. Hay obra mexicana policiaca de parte de Paco Taibo, Elvira Bermúdez, Rafael Ramírez Heredia (Muerte en la carretera, Al calor de Campeche, El rayo Macoy) y Ana María Maqueo, entre otros pocos. Maqueo menciona al SNTE como personaje literario en su novela policiaca ambientada en Veracruz titulada Amelia Palomino, novela en donde Amelia conoce a Adolfo López Mateos en un baile magisterial.
Mi ejemplar de Amelia Palomino. |
Otro detective es
José Carvalho, del también español Manuel Vázquez Montalbán. La diferencia
entre Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza es el humor. Vázquez Montalbán es
denso, lento, serio, vale decir, ortodoxo, a la manera de Ellery Queen o Dixon
Carr. Por cierto que su detective, Carvalho, enciende su calentador y su estufa
con páginas de libros que ya ha leído (de
Carlos Fuentes, de Lorca, de Flaubert, de filosofía, ...)
Lo más característico
de la obra del laureado Eduardo Mendoza es su sentido del humor. Hace parodia
hilarante de la novela policiaca y de detectives... pero de una manera muy
seria. Mendoza es mezcla, si me permiten el símil, y aceptando que las
comparaciones son odiosas, de nuestros Jorge Ibargüengoitia y Marco A. Almazán.
No se me ocurren otros. El primer libro suyo que leí fue La verdad sobre el caso Savolta. Algún tiempo después El misterio de la cripta embrujada, cuyo simple título sugiere tantas cosas. Después
leí El laberinto de las aceitunas.
Dos de mi ejemplares de Eduardo Mendoza |
En esta
el detective busca llegar a Barcelona y necesita ubicar los cuatro puntos
cardinales, o al menos tres, bromea, porque anda urgido de llegar. Más tarde he
leído Aventuras de un tocador de señoras,
quizá la novela más hilarante, en la que desde una peluquería en la que trabaja
se le implica al detective en un asesinato. La peluquería es unisex pero ante la escasez de clientela atienden
a hombres y mujeres; una mujer pide que le pinte de rubio el husky, él acepta
muy complacido, sicalíptico, pero rechaza enfadado cuando se aclara que de lo que se trata es de teñir
a un perro. No he podido leer Sin noticias de Gurb, donde un extraterrestre toma la apariencia de la cantante Marta Sánchez.
El detective de
Eduardo Mendoza, literalmente, no tiene nombre, a como no lo tienen los
personajes de Ensayo sobre la ceguera,
de Saramago, cuya mención viene al caso aquí por ese único hecho. Narra el
detective en primera persona, y cuando se le pregunta su nombre da el apellido (Sugrañes)
del director del manicomio de donde lo sacan para embarcarse a la aventura en
curso. El detective anónimo de Eduardo Mendoza comparte un gusto con el
detective Beloascoarán de Taibo: les gusta enormemente beber Pepsi-cola; comparte,
temporalmente, con el detective Parodi, de Jorge Luis Borges, una profesión: la de
peluquero.
Últimamente tuve en
mis manos y leí El asombroso viaje de
Pomponio Flato. Aquí Mendoza saca a su detective de Barcelona y los tiempos
modernos y lo lleva a Palestina en el principio del siglo I de la era
cristiana. Note el lector el nombre del personaje que da título a la novela,
Pomponio Flato, y no es difícil que el paródico nombre le recuerde las
creaciones de Ibargüengoitia, de Almazán, e incluso del muy actual Catón. Flato,
como se sabe, es un viento intestinal, enfermedad de la que adolece el
investigador, y que lo pone en aprietos a cada paso. (Entre paréntesis, los flatos son admirados por Montaigne, ensalzados por Bukowski y celebrados por Quevedo; en Mear y cagar, he tocado el tema).
Pomponio viaja a Nazareth acompañando a un representante del gobierno romano. Se entera que han asesinado al rico del pueblo y se acusa a José. El hijo del carpintero José, el niño de nombre Jesús, le pide que ayude a buscar al culpable porque su padre es inocente. Entonces se embarcan el adulto y el niño, a la manera (disculpen) de Kalimán y Solín, en la aventura de hallar al asesino. Jesús hace investigaciones y excursiones detectivescas por su cuenta. En cierto momento Pomponio le dice a Jesús que quiere ser como un padre para él y Jesús contesta que no porque ya tiene un papá real, uno putativo, y que no necesita un tercero. Esta es la manera en la que Mendoza convierte en detective, o en ayudante de detective, al propio Jesucristo niño, y lo hace el detective más extraño con el que me haya topado y es al que me refería al principio de estos párrafos.
Pomponio viaja a Nazareth acompañando a un representante del gobierno romano. Se entera que han asesinado al rico del pueblo y se acusa a José. El hijo del carpintero José, el niño de nombre Jesús, le pide que ayude a buscar al culpable porque su padre es inocente. Entonces se embarcan el adulto y el niño, a la manera (disculpen) de Kalimán y Solín, en la aventura de hallar al asesino. Jesús hace investigaciones y excursiones detectivescas por su cuenta. En cierto momento Pomponio le dice a Jesús que quiere ser como un padre para él y Jesús contesta que no porque ya tiene un papá real, uno putativo, y que no necesita un tercero. Esta es la manera en la que Mendoza convierte en detective, o en ayudante de detective, al propio Jesucristo niño, y lo hace el detective más extraño con el que me haya topado y es al que me refería al principio de estos párrafos.
Mendoza se
merece más el Cervantes que Bob Dylan el Nobel de Literatura. De hecho por
encima de Dylan han estado Carlos Fuentes o Doctorow o Philip Roth, que es actualmente,
creo, el más probable. De Doctorow (1931-2015) contamos, en lo policiaco y
detectivesco, con su novela El arca del
agua, que puede hallarse en la red. En ella Martin Pemberton camina por el Broadway
de 1871 y ve pasar un carruaje melancólico, saturnino, con pasajeros vestidos
de negro. Entre ellos, sorprendentemente, y sobre la marcha del vehículo,
alcanza a reconocer a su padre, el mismo
que ha sido muerto y sepultado recientemente y a cuyo entierro Martin ha
asistido. ¿Qué misterio negro hay allí?
En el reciente
20 de abril de 2017, Eduardo Mendoza, nacido en Barcelona en 1943, recibió de
manos del rey de España el premio Cervantes que es el premio literario más
importante en el idioma español. Qué bueno por la novela policiaca y la novela negra y de detectives; qué bueno por las mezclas que de ellas hace el autor, qué bueno por Mendoza y sus parodias y qué bueno por su excelente
sentido del humor.
El ministro de Cultura de España, Íñigo Méndez de Vigo, al entregar el premio
Cervantes a Mendoza, dijo que es imposible tomar sus libros demasiado en serio,
pero que hay algo más grave: la imprudencia de que haya alguien que pueda tomarlos
demasiado en broma.